martes, 11 de febrero de 2014

En defensa de los Santos Lugares


Ilustración sobre la I Cruzada (Fuente: Encarta)
Corría el año 1071 de nuestra era; el imperio bizantino acababa de perder la ciudad santa de Jerusalén a manos de los turcos selyúcidas. Atrás quedaba una época de tranquilidad y buenas relaciones entre Bizancio y los musulmanes de Palestina, que había impulsado la peregrinación a los Santos Lugares. Bajo el mando de la dinastía selyúcida, un gran desorden se apoderó del territorio y los caminos a Jerusalén se hicieron más que peligrosos.
Así transcurrieron catorce años en los que la peregrinación a Tierra Santa se vio dramáticamente reducida. Los pocos valientes que osaban aventurarse hacia lo desconocido, no regresaban; los salteadores de caminos se encargaban de ello. La hegemonía turca complicaba, además, la situación de los cristianos asentados en Oriente, que veían como sus lugares de culto eran asaltados y profanados. Había que actuar.
El emperador bizantino Alejo I pidió ayuda a Occidente y Occidente respondió. En 1095 el sumo pontífice de la Cristiandad Urbano II, en el marco del Concilio de Clermont, llamaba a los caballeros cristianos a responder a la llamada de Bizancio. Era el momento de tomar las armas y acudir al auxilio del Jerusalén cristiano y liberar la ciudad del yugo turco. Era el comienzo de la Primera Cruzada. Un lustro después, el 15 de julio de 1099, los cruzados recuperaban la metrópoli santa, aunque a un alto precio: el excesivo derramamiento de sangre que tuvo lugar entre los muros de Jerusalén.
[Para saber un poco más de las Cruzadas os dejo este documental de Canal Historia http://www.youtube.com/watch?v=cKp9Y5ipcE0] 
Con la ciudad liberada y de nuevo en manos cristianas urgía la formación de un gobierno permanente y estable y establecer vías de comunicación seguras para los peregrinos que, por fin, podían retornar a Tierra Santa. 

Hugo de Payns, el hacedor 
Esta necesidad de protección de los peregrinos y de defensa de los Santos Lugares proporcionó el escenario ideal para el nacimiento de la Orden del Temple. Se desconoce de quien fue la idea primordial de crear la hermandad, pero sí hubo un nombre propio a la hora de hacer realidad el proyecto: Hugo de Payns. Miembro de la nobleza media francesa, peregrinó a Jerusalén tras la conquista acompañando al conde Hugo de Champagne.
Hay muchas  incógnitas alrededor de la fecha exacta de fundación de la Orden. Unos autores hablan de 1119, otros de 1120. Gonzalo Martínez Díez, autor de Los Templarios en los Reinos de España, se decanta por este último, cuando Hugo de Payns y ocho compañeros juraron los votos sagrados de entregar su vida a la defensa de los peregrinos y a luchar contra los enemigos de su rey. La Orden de los Caballeros del Templo de Salomón estaba formada. Pero, ¿qué eran exactamente los templarios?
Uno de los tópicos erróneos acerca de la Orden es que sus integrantes eran mitad soldados- mitad monjes. Craso error. Eran monjes completos y soldados integrales. Los nueve templarios originales tomaron los votos religiosos de pobreza, castidad, obediencia y oración, a los que se añadía el juramento de la protección y defensa. Eso implicaba unir armas y religión, algo inédito hasta entonces, pero que Hugo de Payns anhelaba desde joven. «Hugo de Payns quería ser al mismo tiempo y desde su juventud monje y soldado: hacer la guerra para Dios», explica Laurent de Vargas en El libro negro de los Templarios. 

De Tierra Santa a Europa 
Los primeros años de existencia de la Orden del Temple se limitaron a la ciudad de Jerusalén y alrededores. No es hasta 1127 cuando, guiados por Hugo de Payns, los templarios realizan su primera misión extramuros. Europa esperaba.
El objetivo de la expedición era triple: obtener recursos económicos para la congregación, reclutar nuevos miembros y alentar a los guerreros cristianos para que acudiera a la defensa del Santo Sepulcro y, sobre todo, lograr la aprobación del Papa de la Orden templaria.

Las dos primeras metas fueron ampliamente satisfechas a lo largo y ancho del continente europeo. El tercer propósito requirió de un esfuerzo notablemente mayor. Aunque Hugo de Payns ya había comunicado al pontífice Honorio II la creación y objetivos de la Orden al poco de iniciar el viaje por Europa, la aprobación definitiva llegaría en 1129, durante el Concilio de Troyes.
La intervención de San Bernardo fue determinante para lograrlo. La imagen de una orden religiosa dedicada a la guerra defensiva no gustó precisamente a la Cristiandad occidental y fue un arduo trabajo cambiar su parecer. Pero San Bernardo, inicialmente reticente a este tipo de prácticas, consiguió lo imposible a través de la carta «De laude novae militiae», en la que apelaba a la defensa de los Santos Lugares por parte de los milites Christi y no de caballeros profanos, sedientos de sangre y oro.
Los caballeros templarios ya constituían una Orden legal a los ojos de las instituciones eclesiásticas y habían cumplido sobradamente los tres objetivos marcados al comenzar el viaje por Europa. Era el momento de regresar a Jerusalén. Pero antes, Hugo de Payns hubo de designar a dos Maestres para la administración y gobierno de todas las tierras y viviendas que habían recibido a través de donaciones. Payen de Montdidier se ocupó de los territorios de Francia y Flandes; Hugo Rigaud hizo lo propio con Provenza, Laguedoc y España. Recordad este último nombre porque tendrá su importancia a la hora de hablar de la llegada de los templarios a la Península Ibérica. 
Antes de cerrar este post, os pregunto. ¿Os imaginabais todo esto al pensar en la formación de la Orden del Temple? ¿O vuestro concepto de templarios era algo más “mosqueteresco”?

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